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El evangelio de este domingo ocupa un lugar privilegiado en la espiritualidad de la Compañía de Jesús. Todo jesuita en algún momento de su vida no sólo ha escuchado este texto en la proclamación litúrgica o en el acompañamiento vocacional, sino que lo ha impreso en su corazón porque ahí está la puerta de entrada al corazón de nuestro carisma jesuítico.

San Ignacio nos lo hace presente a todos nosotros con estas palabras: «antes de echar sobre sus hombros esta carga, ponderen despacio si tienen tanto caudal de bienes espirituales que puedan dar cima a la construcción de esta torre, según el consejo del Señor. Es decir, si el Espíritu que los impulsa les promete tanta gracia que puedan esperar, con su auxilio, llevar el peso de su vocación» (Fórmula del Instituto, II).

Esta pausa es justamente la que pide hoy el Evangelio. Detenernos y sincerar nuestro corazón: ¿En verdad queremos seguirlo? Jesús hace esta advertencia no a los apóstoles o a los discípulos más cercanos, es un consejo evangélico para todos, para la multitud que lo sigue. Es la invitación al seguimiento para todos y todas; es a la multitud a la que Jesús revela que el seguimiento es cargar la cruz, desplazar el corazón y ponerse a caminar a su lado.

Por eso, antes de echar sobre nosotros esta pesada carga, deberíamos preguntarnos ¿cuáles son nuestros bienes? ¿dónde está nuestro corazón? ¿con qué inventario de dones puedo emprender el seguimiento de Jesús? Las palabras de Jesús no deben desanimarnos a seguirle, lo que sale de su boca es siempre «buena noticia»; sin embargo, tampoco podemos evitar el realismo histórico que exige el seguimiento evangélico. Seguir es cargar la cruz, reubicar el corazón y discernir el amor. Todo es relativo al reino de Dios, ahí está escondido el sentido de la vida cristiana.

Y después de esta profunda pausa evangélica, san Ignacio nos recuerda que el seguimiento es una «deuda» de amor muy grande y que la gracia que se nos da no tiene un ápice de gracia barata. Ustedes –nos amonesta el santo– «deben estar preparados, día y noche, ceñida la cintura, para pagar esta deuda tan grande» (F.I.). El seguimiento evangélico no es un favor hecho a la causa del reino, es una deuda de amor ante un Dios elevado en cruz, que atrae a todos hacia él.

Quien no dice adiós a las cosas de sí mismo, no es capaz de ser discípulo de aquel que muere y vive para los demás.

José Javier Ramos Ordoñez, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la Provincia de Centroamérica. Maestro en filosofía y ciencias sociales, ITESO. Doctorando en Teología Fundamental, Universidad Gregoriana. Resisto en el deseo de vivir al servicio del Evangelio, sueño con una comunidad cristiana de gestos y palabras consoladoras, tan misericordiosa como su Señor.