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El Evangelio de este domingo nos invita a detenernos en una pregunta fundamental: “¿Son pocos los que se salvan?”. Jesús no responde con estadísticas, ni con certezas numéricas, eso no le preocupa. Pone la fuerza de su mensaje en una invitación: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha”. La puerta estrecha no es un privilegio reservado a unos pocos, sino la llamada a vivir el Evangelio con autenticidad, sin peso de apariencias ni seguridades vacías. Es la puerta de la humildad, del desprendimiento y de la fidelidad diaria. Jesús nos advierte que no basta haber estado cerca de Él de manera superficial, no basta decir “hemos comido y bebido contigo”; lo que cuenta es vivir de acuerdo con su Palabra, actuar con justicia y misericordia, dejar que nuestra vida sea coherente con el Evangelio. La salvación no se garantiza por pertenencias externas o títulos religiosos, sino por una relación sincera y transformadora con el Señor.

Al mismo tiempo, este pasaje abre una ventana de esperanza sorprendente: hombres y mujeres de oriente y occidente, de norte y sur, serán acogidos en el banquete del Reino. Aquellos que creían tener un lugar asegurado pueden quedar fuera, mientras otros, inesperados para nosotros y nosotras, estarán dentro. Dios rompe nuestras fronteras y categorías, recordándonos que su misericordia es universal y que nadie queda excluido de antemano.

Por eso, este evangelio es una llamada a la conversión personal y comunitaria. Nos invita a no confiarnos en lo ya hecho, sino a revisar cada día nuestra fidelidad al Señor. Nos recuerda que lo importante no es la apariencia de religiosidad, sino la vida concreta de amor, servicio y justicia. Y nos anima a construir comunidades abiertas, que no excluyan, sino que reflejen el corazón acogedor de Dios. Entrar por la puerta estrecha es vivir con autenticidad, es optar por la sencillez y la misericordia, es dejar que el Evangelio modele nuestra vida. Y en ese camino descubrimos que lo estrecho de la puerta se convierte en lo amplio de la vida plena que Dios nos regala.

Por último, es una invitación urgente a vivir de modo serio, amoroso y auténtico el discipulado cristiano. La puerta estrecha no es una prueba de fuerza, sino una petición de decisión: elegir el amor radical de Jesús incluso si eso implica renunciar a seguridades o comodidades del mundo. Abramos nuestro corazón y nuestra vida para que, tanto nosotros como tantos “del oriente y del poniente”, encontremos nuestro lugar en el gran banquete del Reino.

Que María, puerta del Cielo y fiel seguidora, nos enseñe a caminar ese camino con perseverancia, humildad y alegría.

Carlos Herrera Cano, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la provincia de Centroamérica. Maestría en teología latinoamericana, UCA, El Salvador. Comparto con Jon Sobrino, S.J., que "fuera de los pobres no hay salvación", las masas empobrecidas son un lugar de encuentro con el Señor.