
En el mundo de lo exprés del todo rápido, a veces queremos que Dios sea como un trabajador de “pedidos ya”, pero lo cierto es que muchos de los dones que Dios da se fraguan a fuego lento y con participación del interesado.
Sacerdote Jesuita, actualmente Maestro de Novicios en Panamá. Realizó estudios de Filosofía en UCA Nicaragua, Teología en la UCA de El Salvador, y la especialización en Teología Dogmática y Fundamental en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, España. El perdón es el rostro concreto del amor, lo reconstruye todo.
En el mundo de lo exprés del todo rápido, a veces queremos que Dios sea como un trabajador de “pedidos ya”, pero lo cierto es que muchos de los dones que Dios da se fraguan a fuego lento y con participación del interesado.
Jesús se va, pero se queda a través del Espíritu Santo, no se desentiende, sigue ahora en la discreción, hasta aquel día en que se manifieste a todas las naciones y entonces despuntará el alba del nuevo día para la humanidad. Y se manifestará como dueño y Señor de la historia.
No desperdiciemos el tiempo que nos queda para abrirnos al mensaje de Jesús y ser más radicales en su seguimiento, la conversión nos pone de cara a nuestra propia vida y de cara a nuestra propia muerte, sólo él hace fructífera la vida, la hace más sencilla y feliz, y destinada a resucitar con todos aquellos que queremos.
Un camino que nos acerca de manera gradual a la noche de la Navidad, el nacimiento del Mesías, una promesa cumplida que nos deja ahora expectantes de su regreso.
En Jesús, Dios nos ha manifestado su amor. Sólo contemplando al Crucificado y Resucitado, nos posibilita alzar la mirada al mundo.
Quizás a la novedad que se nos invita en la Iglesia hoy, es a no perder de vista que la vida cristiana siempre tiene una dimensión de encuentro muy personal con el Señor.
Llama la atención el reto que lanza el evangelista a la juventud, que sólo será dichosa y generosa si se pone al lado de Jesús y comparte lo que tiene.
Nuestra tarea es hacernos sembradores de su buena noticia y, entonces, percibiremos que nacen tallos de comunidad y espigas de fe y justicia.
Pareciera que las palabras de Jesús nos quedan demasiado grandes, cuando el ambiente mundial contradice este anhelo de amor del Señor.
El Domingo de Ramos nos recuerda que no hay resurrección sin el tramo oscuro de la cruz y de la muerte, siempre habrá que transitarlo.