La Sagrada Familia nos enseña que lo sagrado nace en lo cotidiano, cuando alguien cuida, acompaña, perdona y sigue adelante. Ahí aparece Dios. Y ahí renace la esperanza.
Breves comentarios sobre los evangelios dominicales que leemos en nuestra Iglesia a nivel universal.
La Sagrada Familia nos enseña que lo sagrado nace en lo cotidiano, cuando alguien cuida, acompaña, perdona y sigue adelante. Ahí aparece Dios. Y ahí renace la esperanza.
Él es la luz que vino al mundo y que alumbra a todo hombre y lo hace hijo de Dios. Una verdad que recordamos en cada Navidad, que el misterio se nos hizo cercano, se nos hizo hombre y habitó entre nosotros.
¡Feliz Navidad!
También a nosotros, que nos preparamos para la celebración del nacimiento del Salvador, Dios nos sigue invitando a acoger en nuestra vida su Proyecto. Como para José, seguramente implicará para nosotros salir de nuestros esquemas o redefinir nuestros proyectos. Pero como a José el Señor nos dice: «no temas, deja que mi proyecto llene de sentido el tuyo, no temas dejarme entrar en tu vida.
El Adviento es un tiempo especial para abrir el corazón a la esperanza y preguntarnos: ¿a quién esperamos? ¿Quién es Jesús para mí, aquí y ahora, en medio de mis estudios, mi trabajo, mis dudas y mis sueños? Este Evangelio nos da una pista clara: para conocerlo, basta mirar a quién se acerca y qué hace. Jesús se define por sus frutos: sanar, liberar, devolver la alegría, abrir horizontes a los pobres y a los que sienten que la vida se les ha apagado.
La misteriosa venida del Hijo de Dios es, para cada cristiano, razón de alegría y esperanza. En Él, cada persona descubre su propio misterio, el sentido profundo y la vocación de su existencia.
El Evangelio de hoy nos pide que vivamos como si de un momento a otro fuera a suceder el cambio decisivo de la realidad. Se trata de vivir vigilantes ante las necesidades de las personas, especialmente de las situaciones de dolor de los más necesitados, porque así lo hizo Jesús, así vivió su vida. En esto es en lo que tenemos que mantenernos vigilantes.
Cristo reina así: sin gritar, sin imponerse, sin miedo. Esa es su fuerza. Y cada vez que alguien en nuestra tierra elige esa manera, aunque sea un poco, su Reino empieza a hacerse real entre nosotros.
Días vendrán en que seremos liberados por Dios, «donde brillará el sol de justicia, que traerá la salvación en sus rayos». ¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que esto está a punto de suceder? Estén atentos y levanten la cabeza, dice el Señor.
En los espacios de muerte que nos rodean, centremos nuestro corazón en la Vida, en Cristo que es nuestra esperanza y Quien transforma nuestras obras. No nos quedamos en las ruinas cuando abrazamos a Cristo que ha resucitado.
En este Día de los Fieles Difuntos, la Iglesia nos invita a mirar la muerte con los ojos de la fe, recordando que quienes han partido no están olvidados, sino que viven en la presencia amorosa de Dios.