
La verdadera felicidad no se encuentra en la acumulación de bienes materiales, sino en vivir en Dios y en mis relaciones con los demás hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Breves comentarios sobre los evangelios dominicales que leemos en nuestra Iglesia a nivel universal.
La verdadera felicidad no se encuentra en la acumulación de bienes materiales, sino en vivir en Dios y en mis relaciones con los demás hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Escoger la mejor parte es ser capaz de descubrir aquello que más te conduce a la plenitud de tu vida, a la realización del proyecto de felicidad al que se te ha invitado. Escoger la mejor parte es discernir lo que te lleva a vivir el Reino.
Lo que Jesús enseñó al doctor de la ley y, a nosotros, no es a cumplir preceptos, sino a vivir desde el amor desinteresado, compasivo y solidario.
Ahí está la clave: no valemos por lo que hacemos o logramos. No somos mejores por las batallas ganadas. Somos valiosos porque alguien —Dios— ya nos vio, nos nombró y nos quiso primero.
Lo que Dios ha unido no ha de separarlo el hombre. En esta fe que discierne y abre espacios, Pedro y Pablo son auténticos intercesores, columnas de la comunidad eclesial y compañeros en la fe.
Al igual que el Señor, ¿Queremos entregar nuestra vida como lo hizo Cristo? ¿Deseamos amar y servir sabiéndonos alimentados constantemente por su Cuerpo y su Sangre? El tiempo es ahora
Jesús resucitado siempre vuelve a nuestra vida, muchas veces de manera inesperada: en una palabra, en un encuentro, en la oración, en la comunidad, en el consuelo interior que sólo el Espíritu puede dar.
Alegrémonos de que la luz ha vencido a las tinieblas. Que la vida triunfó sobre la muerte. Hagamos realidad la Paz en medio de nuestra cotidianidad. Creer en el Reino de Dios implica apostar una y otra vez por acciones que construye solidaridad, fraternidad y justicia.
Jesús se va, pero se queda a través del Espíritu Santo, no se desentiende, sigue ahora en la discreción, hasta aquel día en que se manifieste a todas las naciones y entonces despuntará el alba del nuevo día para la humanidad. Y se manifestará como dueño y Señor de la historia.
Esta es la certeza que acompaña y mueve, en esperanza, la vida cristiana: el Señor resucitado permanece en medio de nosotros y su Espíritu nos guía. Guardar su palabra significa para nosotros, dejar que la vida de Dios, su proyecto, su Reino, iluminen nuestra vida, la transforme y la oriente.